La Shica
«Desde que llegó de Ceuta hace más de 20 años, Elsa Robayo ha bailado en todos los tablaos de la capital, ha cantado en antros y en clubes de modernos, y ha combinado ambas artes en teatros como el Mirador o el Price, además de hacer incursiones en escenarios de otras ciudades españolas y picotear en salas y festivales de Europa y Asía. Pero nunca esta joven folclórica de minifalda de volantes con aires de Björk —sí, ha leído bien— se había enfrentado a un gran teatro. Ayer sábado y el viernes llenó y puso en pie al Teatro Español a base de revisionar la copla con un original espectáculo llamado "Espain, dolor del bueno", apadrinado y dirigido por el presentador catalán Andreu Buenafuente. Sí, de nuevo, ha leído bien.

En la maleta que heredó de su abuelo Elsa Robayo llevaba las coplas que le había oído cantar a su madre: "La bien pagá", "La hija de Juan Simón", "Se nos rompió el amor"... O rancheras de Paquita la del Barrio ("Rata de dos patas"). Un cóctel tan variado como propio de una chavala de barrio ceutí, crecida sola en la gran ciudad, como las folclóricas grandes, entre pensiones de gitanas, putas y ninfómanas, con maestras anónimas del baile flamenco del tablado de las Carboneras y maestros históricos del cante. Pero también impregnada de la cultura musical de su tiempo: desde Madonna a Beyoncé, pasando por la música electrónica. Todo ese periplo de los 38 años que tiene hoy le ha regalado su nombre artístico: La Shica.

Armada con un saco de sapiencias mundanas, con el cancionero popular español y con sus incondicionales músicos (Pablo Martín Jones, Josete Ordoñez y Guillem Aguilar), además de con sus trastos (juguetes musicales propios de Cocorosie) y de pantallas y vídeos al estilo de las divas del pop —espectacular versión del "Uno, dos y tres" de Gabriela Ortega—, La Shica se ha propuesto quitarle toda la caspa a la copla y llenarla de actualidad: "Este país tiene un problema con su memoria, tenemos que ir resolviendo, ¡2014 oiga!", espetaba ayer desde el escenario del Español intercalando un monólogo preñado de dobles sentidos que continuamente arrancaba las risas y los aplausos del público. Visto lo visto, ha conseguido su objetivo con creces con un doblete en el principal teatro de la capital. "Dos orejas y un rabo", resumía el productor Javier Limón al final del espectáculo.

Se trata de un recorrido emocional, sin complejos, por las historias que han configurado el sentir popular español, con las luces y con las sombras que subyacen en la memoria de todos. No en vano el espectáculo arranca con la coplilla de las divisas: "Americanos...", que se convirtió en el himno de la película de Luis García Berlanga "¡Bienvenido Mister Marshall!"

Es un homenaje casi reivindicativo —que no patriótico— del ser español, un brindis por todas esas artistas del gran cante en español. El show, de menos de hora y media, está planteado como un viaje, el suyo. Una búsqueda de las raíces con momentos de sarcasmo y de humor: "Cómo nos habrán visto los ingleses para ponernos un nombre que contiene la palabra dolor: spain". Y momentos de melancolía y de crítica política: "A mí me gusta mucho España, pero no sé si voy a poder quedarme". Un trayecto con la maleta a cuestas, que parte del Sur del sur y termina camino del Norte, en busca de un lugar en el que poder seguir y con una canción a capela que le hizo enjugarse las lágrimas a más de uno: "Adiós mi España querida". Eso sí con una ovación de pie de despedida.»

Artículo publicado por Patricia Ortega Dolz en El País, 2 de febrero de 2014.

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Lunes, 3 de febrero de 2014 • 14:26h.

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